¡Hola a todos!
Hoy es mi turno
(sí, sí, lo sé… ya era hora). Entre tantas lamentaciones, obviamente necesarias
si reparamos en las horas que nos pasamos encerrados en casa, voy a hablar
sobre algo que mucho opositor olvida: el recreo. Dentro de éste incluyo: ir a
hacer un café con ése amigo que no ves nunca y que te detesta por ello; ir de
compras con esa amiga que tiene la mano rota; salir a tomar unas cañas o
directamente mover las caderas en algún antro; hacer deporte e incluso ir a
pasear al perro (dejad de decirle a vuestro padre/madre/hermano que vaya por
vosotros). Muchos opositores, encerrados en sus opozulos, olvidan que entre
tanto cante y cronómetro, hay vida más allá (a mi parecer un elemento clave
para triunfar o sencillamente no acabar mal del “coco”). Chicos, es sano vivir.
No es la primera vez que escucho
decir a algún opositor/a (y no digo nombres) que cuando sale a la calle, se
siente mal porque está perdiendo tiempo de estudio, etc... Estoy plenamente de
acuerdo con que no te puedes pasar todo el día tomando una caña o viendo pasar
las horas, pero es inadmisible llegar al extremo de no salir. La mayoría de
opositores, que tengo el placer de conocer, son recién licenciados, por lo
general jóvenes que están viendo pasar sus mejores días, semanas, años por la
cara y que ni se inmutan. Me incluyo, pero solo en lo de joven, porque
revindico que aunque Carperi nos envíe, cada día, más actualizaciones y que las
semanas parezcan no tener fin, hay vida más allá y que ir a tomar una cerveza, reírte
de las cosas más superfluas, bromear, bailar, brindar y soñar es gratis (bueno
lo de la cerveza quizá no tanto… pero es un gasto útil) y muy necesario para
poder mirar al futuro con optimismo y entusiasmo. Yo me he propuesto no
desfallecer a lo largo de este arduo camino, porque creo que la meta merece
muchísimo la pena, pero sobre todo porque no me quiero dejar derrotar por falta de vida. Somos jóvenes y aunque parezca que todo está perdido, tan solo acabamos
de empezar y quedarse en casa llorando por lo que todavía no ha ni sucedido
(ejemplo: ¡No aprobaré! ¡Cómo voy a cantar delante de un tribunal! ¡Mi cante
será horrible!) no merece la pena, por no decir que además es muy
contraproducente. Con todo esto, no quiero decir que no sea bueno lloriquear,
todo lo contrario es genial para desahogarse, pero no debemos centrar nuestro
día a día en eso.
En mi caso, no
hace mucho que empecé a opositar, es más quizá no sea ni la más indicada para
hablar, pero lo que sí tuve muy claro es que esto no podía cambiar el tipo de
persona que soy, no podía obligarme a centrar toda mi atención en ello, es
decir, estudio mis horas y el día que no me cunde, es un día nefasto, pero
después de eso hay mucho más. No soy de las que se lamenta, soy de las que se pone
unas deportivas y se va a correr, de las que llama a una amiga y le pone las
orejas coloradas por tanto lloriquearle o directamente, de las que cierra el
libro, pone la música alta y cierra los ojos con un “mañana, será otro día”.
Sin ir más
lejos, hoy sábado he hecho eso. En Barcelona hace un sol radiante y, para
colmo, debajo de mi ventana hay una pastelería. Total, que entre los olores y
el solecito he terminado asqueada y con un hambre terrible. Así que he cerrado
el libro, me he ido a correr y más tarde estudiaré. Todo ello sin olvidar, que esta noche no hay excusa que valga y que ir a tomar algo, no hace mal a nadie.
Opositores, la
vida son dos días y hay que vivirla, no verla pasar.